Esta semana se han iniciado las conversaciones entre la triunfante Merkel y sus socios socialcristianos de Baviera, por un lado y los socialdemócratas del SPD, por otro. El objetivo es conseguir un acuerdo que permita la formación de un gobierno con suficiente apoyo parlamentario, dado que nadie tiene mayoría para gobernar en solitario. Para el SPD, la salida de la situación no se presenta fácil, pero está afrontando el problema de una manera admirable. Para empezar, estuvieron un mes debatiendo sobre la conveniencia de emprender este proceso de negociación. El debate se cerró mediante una Convención en la que acordaron, por amplia mayoría de participantes, iniciar los contactos con los conservadores. También fijaron unas propuestas, consideradas irrenunciables, para acotar los límites de la transacción. Una vez que se alcance el acuerdo, si se alcanza, lo someterán a debate en su Congreso del próximo mes de noviembre, debiendo ser aprobado, finalmente, por los 470.000 afiliados del partido. La consulta se hará por correo, de forma individualizada. Impecable lección de democracia y participación. Entre las líneas programáticas a negociar, los socialdemócratas van a incluir una propuesta para hacer frente al problema del desempleo juvenil en Europa, así como un programa para impulsar el crecimiento en la Eurozona. Dada la penosa situación española y la influencia de las decisiones europeas sobre nuestra actividad económica, el asunto no puede dejarnos indiferentes.
He oído a muchos amigos alertar sobre los peligros de una hipotética gran coalición en Alemania. Para unos, ese acuerdo supondría la muerte, a medio plazo, de la socialdemocracia. El abrazo del oso, lo llaman. Para otros, un gobierno alemán con ese respaldo tendría tal fortaleza en Europa que impondría su voluntad de forma sistemática, en beneficio de sus intereses nacionales. Vamos por partes.
Desde la última guerra mundial, la gran coalición ha funcionado en dos ocasiones. En ningún caso se produjo la desaparición de alguno de los protagonistas, ganando las siguientes elecciones uno y otro, respectivamente. Parece, por tanto, que se puede mantener el perfil propio, aunque se comparta gobierno. Debe ser cuestión de tener las ideas claras y de saber explicar las cosas, para lo que siempre se tienen más medios en el gobierno que en la oposición. Si se trata de defender los intereses de los menos afortunados, objetivo que debe mover a todo socialdemócrata, es preciso sopesar las alternativas existentes. La mayoría de los analistas dice que, de no producirse el acuerdo, Merkel disolvería el Parlamento para celebrar nuevas elecciones, en las que probablemente obtendría la mayoría absoluta que ha estado a punto de alcanzar ahora. No me parece una buena solución para el SPD, pero tampoco para los que más necesitan las ayudas y prestaciones del Estado. ¿Vale la pena explorar las posibilidades de modificar, mediante el acuerdo, la escorada orientación de la política económica seguida hasta ahora por el gobierno alemán? Yo creo que sí y si luego se demuestra que no es posible, se puede mantener la labor de oposición. Por miedo a una futura derrota electoral no se debe renunciar a intentar mejorar, desde el gobierno, las condiciones de vida de la gente. La ideología no está para ser venerada en una hornacina, mientras se mantiene alejada de las palancas del poder, no vaya a ser que se contamine. Si se contamina, será porque bajamos nuestro nivel de reflexión, no porque intentemos acercarla a los problemas que plantea toda acción de gobierno. Desde un gobierno de coalición, siempre se puede explicar la posición propia, haciendo partícipes a los ciudadanos de las cesiones a que obliga el acuerdo para que mediten su voto en las siguientes elecciones.
Además del cambio hacia políticas de crecimiento en Alemania, que facilitarían nuestras exportaciones, a nosotros nos interesan las propuestas de los socialdemócratas en relación con las grandes cuestiones europeas. Algunos pensamos que, a pesar de todas las dificultades existentes, la globalización de la economía y la prepotencia del sector financiero internacional hacen que sea más necesaria que nunca la construcción de la Unión Europea. Sólo mediante unas instituciones europeas fuertes y democráticas será posible defender el modelo de Estado de bienestar que ha existido en Europa, modelo que constituye el mejor sistema social que ha conocido la historia de la humanidad. El problema es que, hasta ahora, la política económica que ha impulsado en Europa el gobierno alemán está agravando la crisis económica y multiplicando las injusticias sociales y las desigualdades. Eso es lo que hay que cambiar y no se puede hacer fuera de los gobiernos porque son éstos, en última instancia, los que conforman las políticas comunitarias. Por eso tenemos que mirar con interés el esfuerzo del SPD para modificar las posiciones de Alemania en relación con temas como la unión bancaria, el empleo juvenil o el crecimiento. Nos hace mucha falta que tenga éxito en ese empeño.
Ya sé que, desde España, es muy difícil imaginar un entendimiento con la derecha. La nuestra sigue asilvestrada, manteniendo comportamientos contrarios a la transparencia, a la rendición de cuentas o al diálogo más elemental. Pero no hay que engañarse: la construcción de la Unión Europea, con las cesiones de soberanía que este proyecto requiere, no se puede abordar si no es desde posiciones que gocen de un amplísimo respaldo político en los parlamentos nacionales. Es decir, no se puede levantar la casa común europea contra los conservadores que, además, tienen mayoría en muchos países. La disyuntiva es clara: o Europa mediante pacto o no habrá Europa, así de simple. Lo que necesitamos es hacer que la izquierda europeísta sea mayoritaria, para que el resultado de la negociación se incline en favor de un auténtico Estado de bienestar. Los socialdemócratas alemanes tienen un papel difícil, porque están en minoría, pero el fracaso de las políticas europeas de Merkel les otorga un margen de maniobra. Esperemos que sepan aprovecharlo.