Les sirvieron pan, mermelada, huevos, queso, tomates, salsa de yogur y té, y solo cuando los excursionistas pidieron la cuenta se percataron de su error.
Uno de los refugiados, Kawa Suliman, un abogado de 30 años que en 2014 se vio obligado a huir de Siria, recuerda el momento en el que la pareja llegó al local, que ya hace tiempo dejó de servir comidas y desde hace un año alberga a solicitantes de asilo, y les dijo: “pasen, acomódense y siéntanse como en casa”.
La excursionista, Gabriele Stärz, de 68 años, recuerda que ella y su compañero, Hans Eppinger, de 72 años, estaban “baldados” y no dudaron en entrar cuando vieron el cartel de “Cervecería-Restaurante Hennemann” en la puerta del local.
Le llamó la atención que las mesas y las sillas en el local no pegaban las unas con las otras, dijo, pero pensó que los hombres estaban empezando el negocio y que había que darles un margen de confianza.
“El joven que nos preguntó qué queríamos era tan simpático. Y a unos hosteleros jóvenes tan simpáticos sencillamente hay que apoyarlos”, explicó la excursionista al diario regional Fränkischer Tag, el primero en informar de esta historia.
Cuando la hambrienta pareja se percató de que había aterrizado en un albergue de refugiados, no pudo retener las lágrimas de lo conmovida que estaba por la situación, explicó la mujer.
“La mujer lloró”, confirmó Suliman, quien explicó que les sirvieron una copiosa cena. Ayudar a dos personas hambrientas era algo natural para él y para sus compañeros de albergue, dijo.
“No sabíamos quiénes eran. Nadie los conocía, pero entendí que tenían hambre”, explicó Suliman, que además recuerda que parecían exhaustos.
Unos días más tarde, los refugiados recibieron una postal desde Karlsruhe con palabras de agradecimiento.