Para transformar Asturias en la Baviera española

Desde la descentralización del Estado, España sale a un sistema de financiación autonómico cada cinco años. Ahora, para el 2014, si Asturias mantiene el pulso y logra demorarlo, toca otro cambio en un contexto inédito, el de la penuria. Nacen promovidos, en general, por gobiernos catalanes, que quieren equipararse en privilegios fiscales con vascos y navarros, y todos, el día de la rúbrica, son presentados a la sociedad como extraordinarios y definitivos. Pero ninguno alcanza para satisfacer la infinita voracidad de las regiones. A los pocos meses ya proliferan las quejas por los agravios o las insuficiencias. El debate hurta la cuestión primordial. Más decisivo que recibir dinero es emplearlo bien. Nadie exige cuentas a las comunidades de cómo lo gastan.

Sobre el independentismo acuñó Ortega en 1931 su discurso de la conllevanza, tan invocado estos días: «El problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular, y seguirá siéndolo mientras España subsista». El mismo conflicto permanente -dos lados de la misma moneda- arrastra este país con la financiación. No existen métodos perfectos e irrebatibles para un reparto equitativo y los que pactan el Gobierno central y la autonomías tardan poco en saltar por los aires.

«No es el momento de hacer esa revisión», reiteró el presidente del Principado, Javier Fernández, esta semana en el debate de la Junta, como ya había dejado patente en la reciente Conferencia de Madrid. Resistir tendrá mérito porque Asturias cada vez está más sola. Hasta los empresarios valencianos reclaman a sus políticos situarse a rebufo de Cataluña en eso de «pedir 100 para llevarse 50». Con el fin de aplacar a los díscolos, las presiones para lograr asimetrías que resarzan a los pudientes serán enormes, a contramano de lo justo. El cupo foral vasconavarro supone una anomalía histórica a extinguir, no a imitar.

¿Por qué cada traje financiero les acaba quedando pequeño a las autonomías? ¿Gastan mucho más de lo que tienen en cosas innecesarias, como replicar el Estado, o realmente reciben poco para la cantidad de cargas justificadas que les sobrevinieron? Nadie ha evaluado todavía lo mucho que las comunidades invierten en paja y lo poco que lo hacen en cuestiones productivas. Para el despilfarro cualquier aporte quedará escaso. Profundizar con sinceridad y sin prejuicios en estas cuestiones ayudaría a despejar el terreno para cuando toque perfilar el modelo siguiente.

Más importante que llorar como plañideras al poder central reclamando fondos es buscar medios propios de supervivencia, sentar las bases para recuperar el crecimiento y el desarrollo que generen los ingresos suficientes. Ahí tiene Asturias un reto decisivo. Hace falta un cambio radical de mentalidad, porque la región lleva un buen trecho anestesiada en el confort de lo público y en el momio de las subvenciones generosas. No basta para promoverlo con la decisión de la clase dirigente. Es condición necesaria pero no suficiente. La sociedad también tiene que renunciar a la resistencia pasiva y al inmovilismo que enquistan tantos conflictos. No asistimos a una de tantas mudanzas de ciclo, encaramos una revolución. Y el que pierda este tren lo va a pagar muy caro.

Salir del agujero en que nos encontramos requiere una sociedad civil fuerte y cohesionada que sepa adónde va. Que recupere la cultura del entendimiento y las cesiones mutuas de la Transición. Importa una forma distinta de hacer política en la que no valga obtener réditos a costa de cualquier planteamiento demagógico e irresponsable como subirse a estas alturas a la ola del independentismo. Tanto desdeño merecen los salvapatrias, falsos redentores que esparcen cizaña y capitalizan con mentiras el desconcierto, como los «creapatrias» que exudan fervor secesionista por conveniencia electoral, para embaucar a la mayoría y esconder sus fracasos .

Hay que vacunarse contra la insolidaridad. Necesitar ayuda no tiene por qué ser sinónimo de poco esfuerzo u holgazanería como algunos intentan extender ahora, los países del Norte europeo sobre los del Sur, los catalanes respecto del resto de españoles rezagados. La cuentas de los nacionalistas son puro cuento. Esa Baviera a la que tanto admiran, hoy el länder más rico de Alemania, era un territorio paupérrimo al final de la II Guerra Mundial, en 1945. Hasta 1992 resistió a cobijo del paraguas protector de sus hermanos federales y desde entonces viene nutriéndolos a todos, ahora que atraviesan ellos horas bajas, gracias a un salto espectacular. La redistribución de rentas resulta fructífera, y el pobre puede mudar en próspero cuando ese inmenso caudal acaba empleado en innovación, vanguardia y progreso. De igual manera ocurre al revés, como en el caso de Asturias, que de región boyante declinó en postergada.

Recortar sin sentido para levantar un cortafuegos ante la crisis no vale. La poda bien hecha, lo saben los campesinos, siempre regenera. Cada caña mutilada garantiza la temporada siguiente abundante cosecha. Ante la debacle que tenemos que afrontar, no valen ni la pasividad, ni la resignación, sino reformas estructurales que modifiquen nuestra economía y nuestras instituciones. Previa asunción, eso sí, de las responsabilidades de los gestores públicos por los groseros fallos cometidos. Los museos vacíos, los túneles a ninguna parte, las carreteras duplicadas, los puertos sin barcos, los aeropuertos sin aviones, monumentos al derroche aquí y en toda España, hablan por sí mismos. Los dilapidadores no deben irse sin rendir cuentas de la herencia dejada.

Hay sitio para la esperanza porque existe una Asturias emprendedora, preparada y competitiva que funciona. Este periódico ha empezado a presentarla en una nueva serie de informes. Es la región que nos tiene que animar a recobrar la autoestima. La que debe hacernos aspirar a transformar esta tierra en la Baviera española, para dar otra vuelta al ciclo y volver a la cabeza de España, donde ya hemos estado en otra época.

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