La gran coalición de Berlín y sobre todo la CSU bávara deberían pensárselo bien antes de perjudicar a Angela Merkel. Ella es la última garante de la integridad y el futuro de Europa, dice Barbara Wesel.
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¿Se acordarán todavía en Berlín y en Múnich del viejo dicho alemán que dice que “cuando el burro se encuentra bien, se anima a bailar en el hielo”? En alemán se refiere a aquellas personas que, motivadas porque las cosas les están yendo bien en la vida, se arriesgan demasiado y se convierten en imprudentes o temerarias. Pues bien, por supuesto que es tarea de los funcionarios del partido en el Gobierno dejarle claro a Angela Merkel dónde generan resentimiento o sentimientos de protesta sus acciones. Además, hasta ahora, en su mandato no había habido ningún tema que impactara y sacudiera a los alemanes como lo ha hecho la crisis de los refugiados. Y, puesto que los alemanes odian el desorden, las quejas para que el Gobierno recupere el control se escuchan alto y claro dentro del país. Eso sí, iniciar un debate acerca de un posible fin del mandato de la canciller federal es imprudente y muy peligroso, y tendría consecuencias más allá de las fronteras de Alemania.
Crucial para Europa
De hecho, Angela Merkel es indispensable para Europa actualmente. Y no quiere decir necesariamente que sea mérito de su capacidad de liderazgo, sino que, sobre todo, es que no hay ningún otro político en la Unión Europea que quiera o pueda garantizar el proyecto europeo como lo hace la canciller alemana. A pesar de que aún quedan dos años para que decidan formalmente acerca de su salida, los británicos hace tiempo que se desligaron de la Unión Europea.
El francés François Hollande es y será el débil presidente que no se atrevió a apoyar a Merkel en el tema de los refugiados. Tiene miedo al ascenso de los nacionalistas de extrema derecha Frente Nacional, algo también sintomático en otros vecinos europeos: en Austria, Suecia, Finlandia y Dinamarca, los populismos de derecha están creciendo y ejercen presión sobre las coaliciones de gobierno. En España se votará en navidades, el gobierno portugués carece de mayoría y, en Italia, aunque Matteo Renzi gestiona la llegada de los refugiados, cree que son un problema de Alemania. Grecia todavía no es capaz de resolver sus propios problemas y fracasa de forma intencionada ante la tormenta de refugiados procedentes de Turquía.
Echando un vistazo hacia el este de Europa, lo más probable es que se nos hiele la sangre: en Polonia acaban de llegar al poder los conservadores de derecha cuyo jefe de partido, Jaroslaw Kaczynski, suelta calumnias tan estúpidas acerca de los migrantes de Oriente Próximo de las que incluso un neofascista estaría avergonzado. Sobre el pequeño dictador húngaro Viktor Orban ya se ha dicho todo. Sus alambradas de espino y perros guardianes sirven de modelo no sólo para los populistas de Baviera, sino también para los checos, eslovacos, serbios, croatas y búlgaros. Allá donde uno mire, casi nadie quiere hacerse responsable del resto de inmigrantes que no les corresponden tras el reparto justo de las cuotas establecidas por la UE.
Angela Merkel, última garante de la cohesión de Europa
El nacionalismo y el egoísmo crecen por toda Europa. Nadie parece pensar en lo que significaría para cada país, de forma individual, la desintegración de Europa. ¿Qué tipo de desastre económico acarrearía, y qué significado tendría a nivel internacional que los daneses, los polacos, los italianos e incluso los británicos dinamitasen la unidad europea? Eso, claro, dejando a un lado lo que hagan los habitantes de Europa del Este, que tendrían que renunciar a los miles de millones de ayudas al desarrollo procedentes del presupuesto de la Unión Europea y al libre comercio y tráfico fronterizo con sus vecino más ricos. Al parecer, nadie cree realmente en la existencia de este peligro. Y es que en muchas capitales europeas, sus gobernantes se comportan como los niños cuando juegan con fuego.
Los lamentos acerca de la situación de la Unión Europea son habituales en Bruselas. Pero, en la actualidad, los análisis no parecen exagerados: la prueba más difícil para la cohesión europea desde la Segunda Guerra Mundial refleja la progresiva debilidad de la clase política y una división y polarización del panorama político. Angela Merkel es el último pilar de esa fortaleza. Mientras experimenta la dimensión global de la crisis de los refugiados, hay quienes siguen confiando en su capacidad para resolver el problema sin tener que optar por levantar alambradas. La canciller federal es la única que puede gestionar los mayores desafíos sociales y culturales a los que se ha enfrentado la UE desde su fundación. Si falla –en Alemania y en la Europa de los 28-, entonces también fracasará Europa. Para los partidos gobernantes en Berlín significa que es el momento de respaldar a Merkel. Si en vez de eso optan por hablar del crepúsculo de la canciller, estarán jugando con fuego.
Deutsche Welle
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