La primera vez que mi hijo mayor viajó a Múnich tenía ocho meses. Desde entonces hemos vuleto cada año, o cada dos, en todas las épocas y estaciones. Hemos arrastrado carritos con bebés por museos, trenes, metros, tranvías y autobuses. Nos hemos refugiado del frío en todo tipo de bares, cervecerías y restaurantes, trasteado todas las tiendas y castillos.
Nuestros hijos se han deslizado por el lago congelado del Jardín Inglés y se saben al dedillo todos los puestos de los mercados de Navidad, las librerías…
Como ocurre con la ciudad en la que vivimos, se nos olvida recomendar para un viaje esa ciudad que conocemos como la palma de la mano. Los vínculos de amistad, casi familiares, que nos unen con la capital bávara son fortísimos y la visitamos a menudo. Por suerte, Múnich es una ciudad en la que los niños disfrutan de lo lindo. Y los padres, más, si cabe. Lo tiene absolutamente todo: museos, rincones, personalidad
Por qué con niños
Tengo una amiga alemana, no muniquesa, que asegura que en la católica Baviera todo está organizado para que las mujeres no trabajen y se hagan cargo de los niños. Quieran o no. Es cierto que hay pocas guarderías, que son caras y que una canguro es un lujo raro. Los niños no asisten al colegio hasta los seis años y los horarios, en los primeros años escolares, son cortos. La proporción de madres amas de casa es alta y van con sus hijos a todas partes.
Consideraciones sociológicas aparte, Múnich es un verdadero paraíso en el que los niños son bienvenidos en cualquier monumento, museo, medio de transporte o restaurante. En cualquiera de las numerosas fiestas locales hay un rincón para niños, la ciudad es llana, cómoda, no demasiado cara y segura como pocas. Teniendo cuidado de no hacer demasiado ruido, los niños son verdaderos reyes.
Con mucha personalidad
La capital bávara iba de poblachón hasta hace pocas décadas. La industria, los medios de comunicación y una economía fortísima la han convertido en gran ciudad sin perder rasgos de su pasado provinciano.
Allí conviven un tercio de inmigrantes de orígenes diversos, otro tercio de alemanes no muniqueses, y otra tercera parte de auténticos bávaros que conservan su acento, sus costumbres y… sus trajes típicos para vestir tanto a diario como en los días de fiesta. Cuando se piensa en un alemán vestido de alemán, la referencia es un bávaro con sus pantalones de cuero y su sombrero verde, o una bávara con su falda fruncida, su corpiño y su delantal. El espectáculo callejero está garantizado.
Lugares irrepetibles
Múnich tiene lugares que la hacen única. No dos o tres como otras ciudades, sino decenas de fabulosos rincones callejeros, verdes o monumentales. El Jardín Inglés (Englisher Garten) es un inmenso parque romántico surcado por canales y caminos para bicicletas que parte del centro y se extiende como una franja verde y viva por kilómetros hacia el norte. Tiene praderas preciosas, palacetes, un lago y muchos, muchísimos biergarten (cervecerías con terraza). Es uno de los lugares favoritos en los que los muniqueses pasean con sus hijos.
Schwabing, el barrio universitario, conserva numerosos edificios con fachadas modernistas. Las animadas terrazas de la Leopoldstrasse, a medida que se acerca a la plaza Münchener Freiheit, son un buen lugar para pasear al caer la tarde, o para cenar viendo pasar a la juventud muniquesa más animada.
La Ciudad Olímpica, construida para los Juegos de 1972, es otra maravilla arquitectónica (e histórica) que no me perdería si voy con niños. Tiene un estadio, parques y una torre de televisión a la que se puede subir a ver el panorama. Justo enfrente está el museo de la automovilística BMW, que suele entusiasmar a los papás.
Los paseos del centro
Conservado con mimo (y reconstruido tras 1945), el centro histórico de Múnich es peatonal e impresionante. En la plaza principal –Marienplatz-, está el Nuevo Ayuntamiento (Neues Rathaus), neogótico, y a cuya torre se puede subir (muy frío y estresante con nieve). No hay que perderse el carillón, en el que unos muñecos autómatas bailan dos veces al día al son de la música.
De ahí parten varios paseos interesantes: al Virtualenmarkt, el mercado de abastos, un espectáculo al aire libre en el que, además de ver los puestos de delicatessen se pueden tomar cervezas y salchichas en los bancos comunes, en cualquier época del año. Muy cómodo si vas con niños.
En las inmediaciones están la mítica cervecería Hofbrauhaus, famosa en el mundo entero (si se va en familia, lo suyo es echar una ojeada al gracioso primer piso y pasar al patio de verano, algo más tranquilo), el antiguo Ayuntamiento o el Museo de la Ciudad.
La Teatiner Strasse (calle de los Teatinos, se la reconoce por la gran iglesia amarilla con dos torres), lleva hacia la Odeonsplatz, una plaza monumental que se abre a la zona construida cuando Múnich tuvo corte propia. Antes de llegar a esta plaza, a la derecha, se puede elegir visitar el palacio real –Residenz– o pasear por otra calle, la Maximilianstrasse, en la que se encuentran las tiendas más elegantes y caras de Múnich, y la Ópera.
Hacia la Karlsplatz parte otra calle desde Marienplatz, Kaufingerstrasse, comercial, ancha y animada, en la que se encuentra un local mítico, Agustinerbrau. Las cervecerías de la ciudad se adscriben a un proveedor famoso que produce en la ciudad: Lowenbrau, Paulaner, Hacker-Pschorr, Hofbrauhaus, o Agustiner, considerada la mejor. Esta cervecería la frecuentan muniqueses, tiene una buena carta y, al fondo, un pequeño patio con pinturas que adoran los muy habituales. También muy cerca de esta calle está la catedral gótica, altísima, construida en ladrillo y con dos torres coronadas por las típicas borlas con forma de cebolla del sur de Alemania.
Museos para dar y tomar
Múnich es una ciudad de museos. De las más importantes de Europa. Los hay con fondos y obras importantes de casi todas las épocas del arte, y se exhiben colecciones imprescindibles para el amante de las vanguardias y el siglo XX. Todos se visitan cómodamente con niños y todos tienen algo que ofrecer.
Además de los dos pesos pesados de la ciudad, la Vieja (Alte Pinakothek) y la Nueva Pinacoteca (Neue Pinakothek), ambos con relevantes colecciones de arte antiguo y moderno, recomiendo la fabulosa Lembachhaus, recién reabierta, que parte de la colección del pintor Lembach y que reúne numerosas obras del movimiento ‘Der Blaue Reiter’ (El jinete azul): Kandinsky, Paul Klee, Franz Mark o August Macke. Este museo se encuentra muy cerca de una plaza que quita el aliento: la Königsplatz, flanqueada de templos clásicos al estilo romano. Uno de ellos alberga la Gliptoteca, museo de arte antiguo.
Los padres alemanes suelen llevar de visita a sus hijos al Museo Alemán (Deutches Museum), a orillas del río Isar, que reúne los hitos tecnológicos alemanes y resulta muy interesante. Al noreste de la ciudad, el castillo de Nymphemburg, rodeado de parques tiene un museo de naturaleza pensado para niños con multitud de actividades interactivas.
GUÍA PRÁCTICA
- Cuándo ir: cualquier época es buena, especialmente el verano. También aquellas que coinciden con fiestas, como el mes de diciembre con sus innumerables mercadillos navideños, o, septiembre, con buen tiempo (y todo el ambiente de la Feria de la Cerveza). Excepto enero y febrero, demasiado fríos, cualquier mes es bueno, aunque en invierno hay que ir muy abrigados.
- Cómo llegar: el avión es la mejor manera de llegar hasta Múnich y el tren de cercanías, S-bahn, la mejor manera de desplazarse al centro. Iberia y Lufthansa, entre otras compañías, tienen frecuentes vuelos directos entre Múnich y España.
- Transporte público. Eficiente, puntualísimo y adaptado. Múnich tiene una envidiable red de trenes, metro, tranvías y autobuses en los que desplazarse: sin barreras. Es caro, pero existe una modalidad de tarjeta turística, Partner Day Ticket, que permite viajar con un solo billete a grupos cinco adultos. Dos niños de 6 a 14 años cuentan como un adulto. Para un día, en la zona del centro, (24 horas) cuesta 10,60€ y para tres días, 24,60€. Se vende en las máquinas expendedoras.
- Dónde dormir. Nuestro clásico: los apartamentos del Best Western Aparthotel, a cinco minutos en tranvía de la Karslplatz y del centro. Es muy cómodo, el personal es muy amable y los precios, competitivos.