Este miércoles (3.2.2016), el presidente de Rusia, Vladimir Putin, recibió en Moscú a Horst Seehofer, presidente de la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), uno de los socios de la coalición que apuntala al Gobierno de la canciller alemana, Angela Merkel. Al encuentro en la residencia de Putin, que tuvo lugar un día antes de lo anunciado por el líder bávaro, asistió el predecesor de Seehofer en la CSU, Edmund Stoiber, quien propició la cita en la capital rusa.
Antes de llegar a Moscú, Seehofer dijo que en su conversación con Putin abordaría el tema de las relaciones económicas bilaterales y también el conflicto sirio. Aunque la visita del político conservador a Rusia ha sido fuertemente criticada, tanto por sus aliados en el Ejecutivo –los socialdemócratas y los democristianos– como por la oposición alemana, Seehofer justificó su viaje alegando que una crisis como la siria no se podía resolver sin la mediación del “gigante euroasiático”.
Al aludir a los nexos económicos ruso-alemanes, Seehofer pidió que, a corto plazo, se relajaran o se levantaran por completo las sanciones impuestas sobre Rusia por su involucramiento en la crisis estatal ucraniana. Las razones de su llamado saltan a la vista: los empresarios bávaros han denunciado los efectos que esas sanciones están teniendo sobre la economía de esa región de Alemania. Está por verse qué nuevas reacciones genera la reunión del presidente de la CSU con el líder ruso.
Fricciones entre Rusia y Alemania
“La política exterior se lleva desde Berlín, no desde Múnich”, había criticado ya el portavoz del grupo parlamentario socialdemócrata, Niels Annen, sobre todo dada la discordia entre Rusia y Alemania. El responsable de Exteriores de la CDU, Roderich Kiesewetter, fue más lejos y le sugirió a Seehofer que le pidiera a los rusos dejar de “financiar subrepticiamente a las redes ultraderechistas” en Alemania.
Kiesewetter aludió así a una presunta cooperación entre Rusia y formaciones ultraderechistas activas en territorio germano. Las relaciones diplomáticas entre Moscú y Berlín también se vieron enturbiadas por el caso de “Lisa F.”, una niña ruso-alemana de 13 años radicada en la capital alemana que desapareció durante 30 horas el pasado 11 de enero y, al reaparecer con heridas en el rostro, dijo haber sido secuestrada y violada por varios hombres de apariencia “árabe o norafricana”.
Al ser interrogada tres días después por especialistas en la materia, “ella admitió inmediatamente que la historia de la violación no era cierta”, comentó el vocero de la Fiscalía General en Berlín, Martin Steltner. El que las autoridades alemanas desmintieran repetidamente que la menor hubiera sido violada no impidió las movilizaciones de la comunidad germano-rusa en la capital alemana, que clamó airadamente por frenar la acogida de refugiados.
La cuestión alcanzó a las altas esferas cuando el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, acusó a Alemania de intentar ocultar el caso por razones de “corrección política”. La respuesta de su homólogo alemán, Frank-Walter Steinmeier no se hizo esperar. Por si fuera poco, datos publicados el pasado 30 de enero por el semanario Der Spiegel le atribuyen al espionaje militar ruso un ataque cibernético perpetrado en 2015 contra el Parlamento alemán.
ERC ( EFE / dpa )