Si los alemanes no tuvieran una democracia parlamentaria sino que vivieran bajo un régimen presidencialista de elección directa como en Francia, la canciller democristiana Angela Merkel, candidata de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), arrasaría con el 59% de los sufragios, según las últimas encuestas. El candidato del opositor partido Socialdemócrata, Peer Steinbrück, alcanzaría escasamente el 32%.
Lo que más admiran, por igual, seguidores y no seguidores de la canciller Angela Dorothea Merkel es su integridad y la absoluta confianza que inspira en la ciudadanía. La mujer más poderosa del mundo (Forbes) se ha ganado esta confianza constantemente con hechos a lo largo de toda su vida y carrera política, especialmente en momentos muy difíciles, como la actual crisis del euro.
Merkel nació en Hamburgo el 17 de julio de 1954 en el seno de una familia protestante. Su padre, Horst Kasner, teólogo y pastor de la Iglesia Evangélica alemana, fue enviado en 1954 a la diócesis de Berlín-Brandemburgo, en el este del país. Ella recibió una formación académica en el campo de la física en la ex República Democrática Alemana (RDA). El hecho de haber tenido que vivir bajo un régimen comunista hace que la noción de libertad, la doctrina cristiana y, por ende, el interés por las cuestiones sociales, calen con naturalidad en sus más profundas convicciones.
“Madrecita de la nación”
El ex canciller Helmut Kohl la conoció en octubre de 1990 en medio de las transformaciones políticas tras la caída del Muro de Berlín. Un mes después, la nombró ministro para asuntos de la Mujer y de la Juventud en su gabinete. En ese entonces un escozor recorrió la piel de los democristianos, mayoritariamente conservadores y muy apegados a los roles tradicionalistas. Merkel era una mujer de la Alemania del este, protestante, divorciada (en 1981 se separó de su primer marido, el entonces estudiante de física Ulrich Merkel) y sin hijos… ¡Imposible! Todavía quedan algunos democristianos trasnochados que creen, erróneamente, que ella está más cerca de los socialdemócratas que de sus filas.
De su mentor aprendió muchos secretos de la política. Entre ellos, “sentarse” en los problemas, esperar a que se solucionen por sí solos y dejar que las críticas le resbalen, así como no prometer demasiado prematuramente. Exploró ávidamente los entresijos de la política para asimilar experiencias, observó las intrigas internas y supo sacar provecho de situaciones delicadas. Por ejemplo, el fin del gobierno de Kohl, en 1998, que la elevó al puesto de secretaria general de la CDU, y el escándalo por las donaciones ilegales a la democracia cristiana, que finalmente la catapultó a la presidencia del partido en 2000.
Entretanto, la figura de Merkel, la “Madrecita de la nación” (Mutti der Nation) como la llaman sus acólitos, logra enraizarse en la Alemania unificada; su estatura política se impone, sin discusión, tanto en su país como en los Estados vecinos. El éxito en lo económico y en la lucha contra el desempleo son insoslayables. Franceses, daneses, polacos, checos, austríacos, suizos, neerlandeses, belgas y luxemburgueses difícilmente pueden imaginarse la Alemania de hoy sin Merkel.
Sin carisma pero muy hábil
Si bien ella no tiene la atracción o la fascinación de un político carismático ni la elocuencia fogosa y apasionada de un tribuno, el secreto de la popularidad de esta mujer, nada coqueta ni vanidosa, que busca impertérrita la reelección para un tercer mandato, radica más en su personalidad aparentemente sosegada (algunos dicen que “la procesión de la canciller va por dentro”), natural y transparente. Una mujer inteligente con los pies sobre la tierra que no teme enfrentar con realismo y coraje los desafíos más complicados, que sabe escuchar y con sutil habilidad logra encontrar el tono apropiado para mantener una discusión con sus contrincantes políticos más enconados, sin herir demasiado las susceptibilidades.
Del debate televisado que mantuvo el pasado 1 de septiembre con su rival, el candidato socialdemócrata Peer Steinbrück (con quien mantuvo, sin embargo, una excelente cooperación cuando fue su ministro de Finanzas en la gran coalición CDU-SPD de 2005) resalta una frase que dejó atónito y pensativo a su retador. Hablando sobre las posibles alianzas que pueden barajarse tras las elecciones, Merkel dijo: “Una coalición debe servir primero al país, después al partido y, en tercer término, a la persona”, y no en primer término los intereses partidarios o personales.
Merkel lleva una sobria vida privada. Arrienda un sencillo apartamento en un edificio del siglo XIX, nada ostentoso, frente al Museo Pérgamo, en el centro de Berlín. Le gusta cocinar platos típicos alemanes para su segundo marido, el profesor de química cuántica Joachim Sauer, a quien conoció en 1984 cuando ambos eran miembros de la Academia de Ciencias de la RDA y con quien contrajo matrimonio en 1998.
Los paseos por las montañas son, junto con sus visitas al Festival Wagneriano de Bayreuth, sus distracciones preferidas durante las breves vacaciones que se toma anualmente. De vez en cuando se la ve también en los conciertos de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Pero cuando no está de viaje por sus múltiples obligaciones, no es raro verla un viernes o un sábado de compras en el supermercado de la esquina, no lejos de su casa, esperando pacientemente su turno en la cola ante la caja, como cualquier ama de casa, negándose amable pero categóricamente a pasar primero ante los clientes que insisten en cederle su lugar.