Su nombre como monarca, Maximiliano I, evocaba a dos emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico y a una dinastía de reyes de Baviera, Badén y Milán. Su familia, los Habsburgo, había gobernado aquellos territorios donde se decía, a propósito de Carlos V, que no se ponía en sol. En 1863 un grupo de conservadores le ofreció el trono de México, que aceptó ¿misteriosamente?, tras haber rechazado otros tronos. En 1864, en el barco Novara, que ya lo había llevado a recorrer el mundo en su juventud, lo trasladaría a México, donde encabezaría el llamado Segundo Imperio. El pronto desenlace del Imperio en 1867 lo convertiría para la posteridad en un emperador trágico al que todos habían dejado solo, desde Napoleón III hasta los propios conservadores que lo habían invitado, así como la Iglesia (a quienes había horrorizado su programa liberal).

La locura de su mujer, la emperatriz Carlota de Bélgica, así como las acciones implacables del presidente Juárez que resistió a la intervención y lo llevó al paredón, terminarían de convertir a aquel hombre delgado y de gran estatura en una suerte de leyenda, o tal vez en fantasma. El Imperio correría la misma suerte, transfigurándose en una suerte de pesadilla asombrosa que bien registró Fernando del Paso en su célebre Noticias del Imperio, novela en que Carlota enloquecida recordaría ese viaje a México que bien quedaría registrado bajo la categoría de realismo mágico.

En 2014 se cumplen 150 años de aquel controversial pasaje de nuestra historia que resulta emblemático para conocer la transición del convulsionado México del siglo XIX, lleno de intervenciones extranjeras, a la formación de una nación propiamente independiente y estable, aunque llena de desigualdades y contradicciones que se exacerbarían durante el Porfiriato. A pesar de los numerosos estudios dedicados al periodo, a más de siglo y medio, Maximiliano sigue siendo un hombre casi desconocido y poco recogido en la historiografía mexicana. A la par de su descripción como gobernante mediocre y débil más interesado en recoger mariposas y descansar en Cuernavaca que en los asuntos de Estado, existe un segundo retrato, al que menos se ha recurrido, de un emperador que a su vez era poeta romántico, y que a la fecha de su muerte ya había recogido en siete volúmenes su extensa obra en lengua alemana.

Es en esas extensas páginas, en su mayoría desconocidas en México, donde piensan los especialistas que se puede encontrar el Maximiliano de cuerpo entero que en algún momento tuvo en sus manos el destino del país, que continuó el programa juarista y que no dejó de ser nunca un hombre sensible que escribía poesía y que quedaba deslumbrado con la belleza del mundo. Como ejemplo de aquel otro retrato del que hablamos se encuentra una serie de páginas escritas con pluma fluida y colorida que Maximiliano escribió cuando tenía 19 años y visitó España. En aquellas páginas, traducidas hace un par de años por el Conaculta, el joven Habsburgo narra sus impresiones al conocer las ciudades del sur de la Península Ibérica en el que queda maravillado por la calidez y belleza de las mujeres, impresionado por las corridas de toros y nostálgico de aquél Imperio gobernado alguna vez por sus ancestros. Registramos a continuación algunos pasajes de la visita de Maximiliano a Gibraltar, bajo los cuales podemos imaginar cómo habría lucido México posteriormente en los ojos del monarca.

“[En Giblaltar], dos personas se disputaban la manzana de la discordia: una inglesa, belleza, calmada, serena y perfecta, de facciones regulares y de cutis blanquísimo , y una andaluza graciosa y ardiente, con cabellos de ébano, ojos llenos de brillantez y dulzura, hermosa como un sueño de amor, ligera como una gacela. La elección era difícil: ¡Escoged entre un hermoso día de verano en la fresca y tranquila naturaleza del norte y la noche española iluminada con la luna en los bosques de naranjos enlazados con jazmines!…”

“Con una noche espléndida y a través de las olas de un mar luminosa, Austria regresó a su palacio Flotante”.

Feliz 2014.

@RogelioLaguna

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