La freihaus o casa de huéspedes, donde estaba el cuarto de Paul Schäfer.
“La valoración histórica siempre es controversial. Vean, por ejemplo, el Museo de la Memoria de Auschwitz…”.
Los rostros de los tres miembros del directorio de Villa Baviera por un momento se ensombrecieron ante la comparación con el campo de exterminio que los nazis construyeron en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial que hizo la jefa de la comisión técnica del Consejo de Monumentos Nacionales, María Soledad Silva, a cargo de inspeccionar los inmuebles que el grupo de germanos levantó en la precordillera de Parral, a orillas del río Perquelauquén, en la Región del Maule, desde 1961.
Lo de Auschwitz es fácil. Están los rieles, las barracas de prisioneros, las cámaras de gas y los hornos. Pero acá los espacios que se busca recordar ya no están, los edificios que mencionan son nuestras viviendas, hay ancianos postrados, acá hay personas que quieren dejar el pasado, mirar al futuro y desarrollarse- replica uno de los nuevos dirigentes de Villa Baviera.
La comparación puede ser exagerada, pero acercarse a este tipo de reflexión siempre puede ser sanador- se apresuró a aclarar Silva, una licenciada en Historia, con estudios en Venezuela y Chile y que se desempeña como encargada de Patrimonio Histórico del Consejo de Monumentos Nacionales, al darse cuenta de la preocupación del grupo de dirigentes, de entre 40 y 50 años, que tomó el control de Villa Baviera en 2010, tras la muerte en prisión de Paul Schäfer, y que intenta sacar adelante las empresas de este grupo y dejar atrás los estigmas del pasado.
La escena ocurrió el jueves 19 -poco después de las 21 horas-, en una de las mesas de la Zippelhaus, el restaurante del hotel de Villa Baviera, donde los funcionarios del Consejo de Monumentos Nacionales se reunieron con representantes del holding para explicarles el proceso en marcha que busca declarar patrimonio histórico los principales inmuebles de la villa y convertirlos en un memorial por las violaciones de derechos humanos ocurridas durante la dictadura.
Durante el día y medio que Silva y otros dos funcionarios del consejo permanecieron en Villa Baviera, inspeccionaron, fotografiaron y levantaron la planimetría del restaurante; del ex hospital; de la casa de Schäfer, que hoy sirve de freihaus o sala de eventos; del edificio central de administración, ahora convertido en un pequeño hotel de 22 habitaciones; de la portería del fundo y de un antiguo galpón para almacenar papas que en tiempos de la Dina fue usado como lugar de detención. El galpón ya estaba siendo remodelado por los habitantes de Villa Baviera para convertirlo en un museo con su historia: su proyecto es armar un circuito a través de dos caminos paralelos, el primero de piedras blancas molidas, por donde se podrá ver el recorrido de los colonos y en el que no habrá imágenes de su controvertido ex líder. Para Schäfer, en cambio, están construyendo un pasadizo oscuro, con piedra negra molida, en el que mostrarán las distintas facetas y atrocidades del pedófilo, que controló con mano de hierro por cuatro décadas la vida al interior de la ex colonia.
Las nuevas generaciones no niegan el pasado, pero tampoco quieren cargar para siempre el estigma de crímenes cometidos por Schäfer y algunos de los viejos jerarcas del lugar. Mucho menos, quieren traspasar esa obligación a sus hijos, una veintena de niños que nacieron de los matrimonios que comenzaron a partir del 97, tras la huida de Schäfer y el derrumbe del sistema que impuso el ex líder religioso.
“Callar ese pasado, negarlo o tratar de bypasearlo tampoco es la forma de avanzar y dejarlo atrás”, dice Hans Schreiber, quien a sus 44 años es uno de los seis directores del holding que administra Villa Baviera y uno de los pocos adultos residentes del fundo que habla español con fluidez.
Al proyecto de museo diseñado por los propios colonos se sumará la construcción de un memorial en recuerdo de las víctimas de derechos humanos en un terreno adyacente al camino de entrada principal al fundo y que forma parte de las reparaciones decretadas en mayo por el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago Jorge Zepeda, en la causa de secuestro calificado en 1976 del militante del MIR Modesto Vallejos Villagrán. En ese juicio fueron condenados siete altos miembros de la Dina, entre ellos el fallecido Manuel Contreras, y el ex colono de Villa Baviera Gerhard Mücke, uno de los cuatro ex jerarcas de la colonia que están presos en la cárcel de Constitución por causas de DD.HH. y como cómplices de los abusos de menores cometidos por Schäfer. Pero todavía quedan otros cuatro casos pendientes en distintos tribunales.
Lo que no esperaban los residentes de Villa Baviera es que las principales construcciones del fundo quedaran en la mira del Consejo de Monumentos, que hace un par de semanas tomó la decisión de jugarse para que el Estado chileno las declare patrimonio histórico, limitando con ello las posibilidades de disponer de los terrenos e inmuebles libremente, ya sea para modificarlos o demolerlos.
El 23 de abril, la Asociación por la Memoria y los Derechos Humanos de Villa Baviera, que agrupa a organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos por la Dina cuyo rastro se perdió en los terrenos de la ex colonia, enviaron una breve carta al Consejo de Monumentos pidiendo que varios inmuebles al interior del predio fueran declarados monumentos nacionales. Eso bastó para que el organismo dependiente de la Dibam tomara el asunto en sus manos.
Sólo tres meses después, el 23 de julio, la secretaria del Consejo de Monumentos Nacionales, Ana Paz Cárdenas, le envió una nota a la gerenta del complejo turístico de Villa Baviera, Anna Schnellekamp, notificándoles del inicio del proceso de evaluación, para lo cual le solicitaba facilitar la visita inspectiva a las viviendas, “a objeto de precisar su ubicación y dimensiones, aspectos esenciales para definir una declaratoria como monumento nacional”.
La decisión final se tomaría en una de las dos reuniones que el consejo -integrado por representantes de varios ministerios, del CDE y del Colegio de Arquitectos, entre otras instituciones- tiene previstas para enero próximo. Por eso, a los representantes de Villa Baviera les dieron 30 días de plazo para responder si están de acuerdo o en contra del proceso. Su opinión, sin embargo, de acuerdo con la Ley de Monumentos Nacionales, no es vinculante.
“Todo esto nos llena de incertidumbre, no sabemos para dónde va la micro”, afirma Schreiber.
Ya el año pasado, el 27 de diciembre de 2014, las mismas agrupaciones de DD.HH. de Concepción, Parral, Linares y Talca que solicitaron la intervención del Consejo de Monumentos Nacionales habían realizado una manifestación en la entrada del fundo. “Asesinos”, “que se vayan los alemanes de Colonia Dignidad”, les gritaban. Entre las demandas que planteaban estaba convertir Villa Baviera en un Parque por la Paz.
“Respetamos esas manifestaciones, siempre que sean pacíficas y en un ámbito de respeto también hacia nosotros”, afirma Schreiber. Pero la relación no es buena.
Las mismas agrupaciones de DD.HH. volvieron a la ofensiva en noviembre pasado, cuando cortaron el camino a Villa Baviera justo el día en que se realizaba la fiesta de la cerveza en el complejo turístico. Casi cinco mil personas igual llegaron a celebrar el festival, pero varios buses y automóviles con turistas simplemente se devolvieron.
Durante el 2014, Villa Baviera recibió cerca de 50 mil turistas. Pero, pese al incremento de visitas que recibe el fundo, el área de negocios turísticos, que da empleo a 40 chilenos, aún no entrega utilidades.
Daniel Gert pasa todas las tardes montado en su bicicleta junto al hotel de Villa Baviera. Viene de la panadería donde aún trabaja, pese a sus 80 años de edad. Saluda con un escueto “buenas tardes” a los huéspedes que pasean por las instalaciones de la villa y sigue raudo hacia la zona de residentes, ubicada a menos de 200 metros de distancia. No dice nada más. Aunque vive hace más de 40 años en Chile, él como la mitad de los ex colonos no habla español. Además, su audición es escasa. Por años manejó un viejo bulldozer abriendo campos de cultivo en los terrenos que se extienden por cerca de 14 mil hectáreas. Pero al igual que el resto de los residentes de la villa, no es dueño ni siquiera de un metro cuadrado.
Gert vive en la Waldhaus, junto a otros 15 pensionados y mayores de edad a punto de jubilarse, que recibirán la pensión mínima, pues sólo a fines de los 90 se les comenzó a imponer y sólo el 2005 recibieron su primer sueldo: poco más de 12 mil pesos, cifra que se ha ido incrementando sustancialmente en los últimos años.
La Waldhaus es una pequeña casa en la que se han ido remodelando las piezas para albergarlos, aunque comparten baños comunes y salas de estar. Los que ya no trabajan en algunas de las actividades productivas de la villa, prefieren mantenerse alejados del hotel y, sobre todo, de la carpa que sirve para eventos masivos cuando es contratada para alguna festividad de empresas o matrimonios. En esas ocasiones, la música estridente y el consumo de alcohol de los turistas les parece chocante. Los más jóvenes, en cambio, saben que el turismo no sólo es una fuente de ingresos para la alicaída economía de Villa Baviera, sino que también una oportunidad de inserción con los chilenos.
En el enclave, desde hace algunos años tienen aparatos de TV y acceso a televisión satelital -algo que estaba prohibido mientras estaba Schäfer-, pero por la barrera idiomática, sólo pueden ver el canal de la televisión alemana.
Unos metros más al este, en una vieja casona de dos pisos, funcionan una cocina y comedor para 35 personas. La mayoría de los 130 residentes de Villa Baviera mantiene la costumbre de comer juntos. Sólo unos pocos, sobre todo los más jóvenes, van de vez en cuando al restaurante del hotel, donde se les cobra con un 35% de descuento por vivir en la villa. A los que hablan algo de español les gusta acercarse a las mesas de los huéspedes a conversar.
En el segundo piso, sobre el comedor comunitario, se han adaptado pequeños departamentos familiares, de 40 a 50 metros cuadrados. Todo es austero y gran parte del mobiliario parece detenido en el tiempo.
Sólo cuatro familias han construido casas aparte. Heinrich Naufeld, de 95 años, es uno de ellos. El 2012, este albañil que levantó las instalaciones de la colonia, pidió al nuevo directorio de Villa Baviera un pequeño terreno en comodato muy cerca de la Waldhaus. Allí vive con su hijo adoptivo, Johanes, un chileno que fue abandonado por sus padres biológicos poco después de nacer, hace 44 años, y que desde entonces vive en Villa Baviera. Johanes no habla español, trabaja como jardinero, en algunas faenas agrícolas en la villa y hace algunos años se casó con Hannolere Jurgeliz, una colona 15 años mayor que él.
Markus Blak -y su familia- es otro de los que armaron su casa aparte, por la que paga un pequeño arriendo mensual. La hizo en lo que era la sala de espera del ex hospital de Villa Baviera, tras regresar el 2008 desde Concepción, donde estudió Agronomía. Ahora, es el gerente de toda el área agrícola, maneja cerca de mil hectáreas de trigo, rap, maíz, arvejas y porotos verdes, además de otras mil hectáreas de plantaciones forestales. También es el responsable de la producción avícola, un negocio en el que el directorio de Villa Baviera confía como alternativa para salir del pozo financiero en el que se encuentra la ex colonia. La planta industrial que armó produce entre 30 mil a 40 mil huevos diarios, los que venden en Concepción, Talca y Parral.
“Cuando asumí la producción, era de $ 600 millones anuales. Hoy tenemos una producción anual de $ 1.200 millones, con un margen de utilidad del 20%”, dice satisfecho Markus Blak.
La gerencia agrícola y forestal representa casi el 60% del holding de empresas de Villa Baviera, dinero que sirve para pagar los $ 60 millones anuales de contribuciones y los intereses de préstamos con cinco instituciones bancarias por más de $ 4.000 millones. Hace poco lograron reprogramar la deuda hasta el 2029, a cambio de hipotecas sobre las tierras de Villa Baviera. “Está todo hipotecado. La única posibilidad es hacerlos producir más para poder saldar las deudas”, señala Reinhard Zeitner, uno de los nuevos directores de Villa Baviera.
Como Markus Blak, otros 20 adultos de Villa Baviera siguieron estudios superiores, especialmente en Concepción, recién a partir del 2000. “Salir a estudiar afuera fue algo muy positivo y fundamental. No sólo ha permitido sacar adelante estos proyectos económicos. Estudiar afuera me cambió la personalidad, la forma de ver las cosas. Sé que soy otra persona por haberlo hecho”, dice Markus.
Sólo 10 regresaron a la villa, el resto prefirió mantener distancia del lugar en el que vivieron forzados toda su vida. Algunos se fueron a probar suerte a Alemania, otros están en distintos lugares de Chile.
El matrimonio formado por Hans Schreiber y Mari Schnellekamp es de los que volvieron para asumir roles claves en la nueva administración. El es abogado y, desde el 2010, miembro del nuevo directorio del holding. Está a cargo de coordinar todas las defensas legales en los múltiples flancos judiciales que afectan a los ex colonos y a las empresas del holding. Ella es la única enfermera que queda en Villa Baviera. Viven junto a sus cuatro hijos en la mansarda del ala nueva del ex hospital. Pagan cerca de $ 40 mil de arriendo por una vivienda de 50 a 60 metros cuadrados.
“Hace tres años hicimos un viaje al extranjero. Era la primera vez que mi esposa salía fuera de Chile en 43 años de vida. Estuvimos tres meses en Europa. Barajamos la idea de quedarnos, de iniciar otra vida. Pero acá los ancianos rezaban porque volviéramos, tenían una angustia muy grande”, asegura Schreiber.
Un piso más abajo, en el ex hospital, hay ocho ancianos postrados. En una de las camas y conectado a un tubo de oxígeno está Hans Wieke. A sus 92 años, es uno de los 20 primeros colonos alemanes que llegaron a Chile siguiendo a Schäfer que aún sobrevive. El fue el arquitecto que construyó casi todas las viviendas. Ahora depende de la ayuda de los más jóvenes: no sólo de los cuidados, también para que puedan servirle de traductores para comunicarse con los médicos de Parral que visitan Villa Baviera cada dos meses.
Los antiguos pabellones de cirugía del hospital son, desde hace algunos años, la vivienda de otro de los miembros del nuevo directorio de Villa Baviera: Reihard Zeitner, la que comparte con su esposa, Anette Rahl. La pareja se enamoró en 1974, cuando bastaba un simple intercambio de miradas para sufrir terribles castigos. “Fuimos de los pocos que nos atrevimos a mantener una relación amorosa clandestina”, relatan. Por casi un año se vieron a escondidas en un galpón cercano al hospital, donde trabajaba en esa época Anette. Hasta que fueron sorprendidos. “Los castigos más duros fueron para ella, por esa idea que había de que las mujeres eran las que llevaban al pecado”, dice Zeitner. A él no sólo lo golpearon. “Yo era uno de los pilotos en Villa Baviera; cuando nos pillaron me prohibieron volver a volar, incluso, no se me permitió salir a trabajar de garzón en el casino familiar que tiene la villa junto a la Ruta 5”, recuerda.
Aunque dice que pensaron huir muchas veces, no lo hicieron. Según relatos que constan en los procesos judiciales, Zeitner terminó colaborando con la seguridad de la ex colonia. El ya no habla de eso.
El 2000 se abrió una oportunidad de salir de Villa Baviera para trabajar en un local de ventas de productos del enclave. El contacto con los chilenos fue un remezón para ellos. “A poco andar nos dimos cuenta de lo agradable que era contactarse con gente externa a la villa. Aprendimos a respetar y a ser respetados”, dice Zeitner.
Tres años después se distanciaron de Villa Baviera. Zeitner se fue a trabajar a la empresa de un amigo, quien le puso como condición que aprendiera alguna profesión. Con casi 50 años, entró a estudiar Ingeniería Electrónica vespertina en Inacap después de su jornada de trabajo.
Recién el 2012 deciden regresar a Villa Baviera. “Nosotros ya habíamos cambiado mucho nuestra forma de ser y pensar. Aunque la vida en Villa Baviera ha cambiado mucho, se produjeron choques muy fuertes con la gente de más edad, incluso con algunos jóvenes que han vivido todo el tiempo acá y que tienen una forma de pensar más estrecha que los que, siendo de la colonia, salimos algún tiempo. Con mucha prudencia, hemos tratado de abrir las mentes, pero somos conscientes de que esto no se hace en un día y que va a demorar mucho tiempo”, afirma Zeitner.
Zeitner es uno de los que se han puesto la tarea de cambiar la mentalidad de algunos ex colonos. Una misión en la que se siente acompañado por algunos de los directores más jóvenes que han asumido el desafío de administrar Villa Baviera.
La semana antepasada, por ejemplo, en la reunión de directorio, Zeitner y Hans Schreiber pidieron asumir una realidad que les podría llegar en muy poco tiempo. “Les dije que es muy poco probable que los niños sigan viviendo acá y los ancianos se irán muriendo. Para qué vamos a seguir viviendo una vida austera y sufrir esta crisis financiera. Para qué vamos a tener este küchen tan rico a la espera de que algún día alguien lo disfrute”.
Pero no todos piensan igual.
Los colonos viven en remodelaciones hechas en las antiguas instalaciones, apiñados en menos de tres hectáreas, aun cuando disponen de más de 14 mil. Ni siquiera son dueños de la tierra, explican. Lo que poseen unos 200 ex colonos -muchos de los cuales viven fuera de la colonia- son acciones de las tres sociedades matrices propietarias, a su vez, de Cerro Florido. Bajo esta última sociedad está todo el entramado de compañías inmobiliarias y productivas que conforman el patrimonio de Villa Baviera.
Hace algunos años vendieron a un fondo de inversión la sociedad Abratec, dueña de la planta de áridos. La compañía representaba el 50% del patrimonio de la ex colonia, pero estaba sobreendeudada. La transacción, aseguran Zeitner y Schreiber, fue prácticamente para saldar los pasivos. Apenas hubo un reparto de utilidades muy pequeño. Las otras empresas productivas, dicen, hace cinco años que no dan dividendos.
“La única posibilidad de salir a flote es enajenar para sanear”, afirma Schreiber. “Estamos conscientes de eso, pero ahí empiezan las pugnas”, añade.
Este año están vendiendo tierras. Son 117 parcelas de cinco mil metros cuadrados, ubicadas varios kilómetros más al este de la villa, junto al camino principal. El directorio se comprometió a buscar una fórmula que permita a los colonos quedarse con una de esas parcelas si lo desean.
Pero las hipotecas no son lo único que les impide vender. Sentencias judiciales por el pago de indemnizaciones, por cerca de mil millones de pesos a víctimas de violaciones a los DD.HH. cometidas por la Dina en Colonia Dignidad y a ex colonos que sufrieron abusos sexuales y torturas por parte de Paul Schäfer, siguen pendientes.
En ese dilema los sorprendió la arremetida del Consejo de Monumentos y la visita -la semana pasada- de los expertos que buscan definir un nuevo destino para el enclave alemán, esta vez en la forma de un Museo de la Memoria en recuerdo de las víctimas del régimen del general Pinochet.