La Nueva Baviera

SEBASTIÁN ROSSO  / LA GACETA

Separado de Famaillá por la ruta 38, hacia el este, se alza el pueblo de Nueva Baviera. En apariencia es la misma ciudad, pero esta nació alrededor del ingenio del mismo nombre. Para el historiador de la industria, Emilio Schleh, ya había un ingenio Nueva Baviera en 1879. Esa fecha no parece ser precisa, pues no figura en el listado de ingenios, de 1881, publicado en la “Memoria Descriptiva de Tucumán”. En 1884 se puede leer su nombre en la “Guía” que mandó a imprimir Robert Hat.

Fueron sus primeros propietarios los señores Francisco Déporte y Benigno Acosta. A poco andar, se asociaron a Ernesto Tornquist, y sólo un año después, a fines de 1885, el pequeño emprendimiento fue cooptado completamente por el imperio de Tornquist. Desde 1895 constituirá, junto a los ingenios de La Trinidad y La Florida, la poderosa Compañía Azucarera Tucumana.

Francia y Alemania

Del señor Francisco Déporte tenemos pocas noticias. Se dice que fue francés, y que murió soltero. Si bien numerosas crónicas lo nombran Deport, su propia firma es concluyente: lleva acento y una “e” final. Podría haber llegado a Tucumán hacia 1877, cuando se encuentran, a su nombre, las primeras escrituras de tierras en la zona de Famaillá. A lo largo de cinco años, sumará varias propiedades en la ciudad capital y en la zona de Famaillá. Entre estas, una será la que dará sustento al Nueva Baviera.

Baviera es una tradicional región alemana, ubicada en el sur del país, con capital en Munich. Es extraño el nombre, si es que Déporte era francés. Una primera pista puede ser el origen de la maquinaria, que según la Guía Hat, era alemana y suiza. Entre ellas, destaca “un alambique capaz de producir 60 barriles de aguardiente por día” de la fábrica Paul Mann o Paulmann, de Hannover. Pero, si nos atenemos a las descripciones, ninguna parece provenir particularmente de esa región alemana. La pregunta por los extranjeros se convierte muchas veces en un callejón sin salida, por los escasos datos de que disponemos; así que volvamos a la Baviera de Famaillá. Por algunas notas publicadas en LA GACETA, podemos entrever cómo siguió la historia del lugar. El periodista Octavio Cejas, en 1996, nos animó a imaginar esa vida: “el pequeño pueblo se fue nucleando en torno al ingenio. Antes de que aparecieran los camiones se transportaba la caña en carros a llanta, o ruedas de fierro, arrastrados por las mulas y por bueyes”, y “se veían las casas blanqueadas tanto de obreros como de empleados”. Junto al azúcar, su principal actividad productiva fue el arroz. “A los granos los molían mujeres y hombres, en morteros de palo y a golpes de mano de hierro o de algarrobo negro. A cada golpe de la mano lustrosa por el uso, la acompañaba un profundo quejido del moledor. Aventaban el arroz en cóncavas tipas de simbol, llamadas santiagueñas”.

El cierre

Primero decayó el arroz, por la epidemia de paludismo. Luego le llegó la hora al ingenio, que fue cerrado en la debacle industrial de 1966, tras la desastrosa ley 16.026, de la “Revolución Argentina”. Cinco años después, con el pueblo devastado por la falta de trabajo, el cronista Rodolfo Windhausen describía (LA GACETA, 28/6/1971): “nada parece alterar hoy la apacible villa de 165 casas que circunda lo que fuera el ingenio. Cuando la Policía Federal y la Gendarmería ocuparon la planta de acuerdo con el decreto ley del Poder Ejecutivo Nacional, los obreros miraron sin comprender y luego siguieron trabajando”.

José Domingo Vera, secretario general del Centro Vecinal Nueva Baviera, le comentaba al periodista: “después nos indemnizaron a razón de 5.000 pesos por año de antigüedad. Muchos hicieron juicio para cobrar 20.000 porque había un decreto que fijaba ese monto. Pero la mayoría se ha ido a La Fronterita o está en Buenos Aires”.

El muñón

Hoy, la villa es abigarrada y aquel número de casas parece de otro pueblo. Quedan los barrios obreros, y las nuevas casas se cerraron sobre el ingenio. Si uno se interna en las calles, se pueden encontrar vestigios de aquella vida proletaria. Del ingenio no quedan mayores rastros. Por la calle Santiago del Estero, en su cruce con la Santa Cruz, se divisa, hacia el oeste, un pequeño muñón que emerge entre las casas. Es lo único que queda de la fábrica: una chimenea trunca, incrustada en el patio de una pequeña vivienda. Deducimos que la fábrica tiene que haber estado por ahí, en ese laberinto de callecitas. El relato de Cejas nos deja un buen recuerdo de lo que fueron los días de principio o fin de zafra en el ingenio: “No había como un plato de arroz con charqui y un poco de picante para reparar energías. Tabeadas, truqueadas y chiguadas, empanadeadas y tamaleadas. Bailes y guitarreadas abundaban en los días de pago. Asaban carne de los animales sacrificados bajo la sombra de los árboles, mientras callosas manos obreras arrancaban torpes sones a las guitarras”. A la salida se ofrecen las más famosas empanadas de la provincia. Las de Famaillá, que desde el frente, amenaza con engullir a Nueva Baviera.

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