“Benedicto XVI, el Papa alemán”, de Pablo Blanco Sarto, además de ser una obra esencial sobre la vida y formación de este teólogo excepcional, nacido en Baviera en 1927, es una defensa de la Iglesia católica frente a las fuerzas que tratan de centrar en ella la nefanda práctica de la pederastia, execrable en cualquier caso. Máxime cuando se fomenta y protege desde posiciones de poder, sea político,religioso o económico.
Asimismo, afirma la fe de los católicos y su expansión.Sin embargo, la Iglesia también es víctima de la modernidad y sus embates, y de un mundo cada vez más egoísta, secular e indiferente.
¿Quién se preocupa, por ejemplo, de las necesidades y el bienestar de los sacerdotes? ¿Quién atiende a los ancianos y enfermos que dedicaron su vida al servicio a los demás? La sociedad, incluso los no creyentes, les debe demasiado.
Por ellos, la mayoría de los cuales son buenos, el mundo es un poco mejor. Pero su funcióny su entrega por los otros no se valora, salvo en casos de urgencia.Desde niño traté a sacerdotes, junto con mi hermano Francisco.
Entre ellos, a Leonardo Paskus, de Estados Unidos —arraigado de nuevo en La Laguna, y quien antes de servir a Dios en Matamoros lo hizo San Pedro y Torreón—, José Batarse Charur, Roberto García de León, José Rodríguez Tenorio, Alejo Oyervides, Francisco Castillo, Javier Bernal y al obispo Fernando Romo Gutiérrez, de quien recibí por vez primera el sacramento de la eucaristía. Diferentes entre sí, como en la viña del Señor, pero a cual más de generoso y fiela su vocación.
Con quien más conviví fue con el padre Paskus, quien me permitía ayudarle en misa y hacer las lecturas en la iglesia de Cristo Rey, cerca de la casa donde nací y aún viven mis padres. También le acompañaba a comunidades rurales de Matamoros y Viesca. Mi tema de reflexión con los niños de San Antonio Aguanaval, Boquilla de las Perlas, El Tejaban y La Rosita, era el Padre Nuestro.
Esos momentos reavivan mi fe me emocionan cada vez que los recuerdo. Por el padre Paskus conocí la música clásica y me enamoré de ella. Ese gusto lo adquirieron después mis nietas Ana Cristina y Valeria.
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