El Museo Richard Wagner de Bayreuth reabre sus puertas, coincidiendo con el inicio de la temporada operística en esa localidad de Baviera, como un lugar único para explorar la vida del compositor y las relaciones de sus herederos con el nazismo.
Tras cinco años cerrada por reformas, hoy se mostró de nuevo la Casa Wahnfried, la villa a la que se trasladó a vivir el músico a sus 60 años con su esposa Cosima, construida en 1872 gracias al mecenazgo de Luis II de Baviera, el rey Loco, y por donde pasaron tanto sus descendientes como invitados especiales, incluido Adolf Hitler.
“La confrontación con figuras y obras ambivalentes forman parte de nuestra cultura y de nuestra tradición”, indicó la ministra alemana de Cultura, Monika Grütters, durante la presentación a los medios, previa a su reapertura oficial el domingo.
La víspera se habrá estrenado Tristán e Isolda, la producción que abre la temporada operística en Bayreuth, cuya dirección escénica corre a cargo de Katharina Wagner, biznieta del compositor y actual directora del tradicionalista festival bávaro.
No se trata de instalar en la ciudad una especie de ‘Disneylandia’ para wagnerianos“, afirmó el director del museo, Sven Friedrich, ante esa versión amplificada de lo que desde 1970 era una superficie expositora dedicada a los Wagner en sus múltiples facetas, tanto a través de su fondo permanente, como en las exposiciones temporales.
Friedrich y las responsables de los contenidos, la historiadora Verena Naegele y la musicóloga Sibylle Enrismann, no plantean la Casa Wahnfried como un parque temático para los fanáticos de Wagner que, entre julio y agosto, acuden al festival de Bayreuth.
Es cierto que, tras unas obras de ampliación que han costado 20 millones de euros ($21.9 millones), se esperan hasta 50,000 visitantes anuales al museo, lo que abundará en el interés turístico de esta ciudad de provincias de 72,900 habitantes.
Pero el gran desafío para el museo es profundizar en la vida, obra y significado de un compositor en el que confluyen lo más grandioso y terrible de la historia alemana.
Es decir, una producción operística que levanta pasiones -y rechazos-, conviviendo con el furibundo antisemitismo que expresó en su manifiesto ”El judaísmo en la música“ y que convirtió a Richard Wagner (1813-1883), décadas después de su muerte, en el compositor idolatrado por el nazismo.
El nuevo Museo Wagner consta de tres partes diferenciadas: la dedicada a la vida del compositor y su descendientes, algunos de ellos de personalidad tan convulsa como la del músico; otra, sobre la historia del festival de ópera; y una tercera, específicamente centrada en las relaciones de sus sucesores con el nazismo.
La Casa Wahnfried exhibe varios de los pianos originales en los que compuso Wagner y recorre la figura de algunas de las mujeres que marcaron casi tanto como él el apellido de la casa.
La primera protagonista femenina es, obviamente, Cosima, hija de Franz Liszt, segunda esposa de Richard y, ya viuda, directora del festival de Bayreuth que había fundado en vida el compositor.
Le sigue Winifred, la británica que se casó con su hijo Siegfried y que, ferviente seguidora de Hitler hasta más allá de lo ideológico, puso Bayreuth a los pies del Tercer Reich.
A los hijos de ésta, Wolfgang y Wieland, les correspondió refundar el festival tras la caída del nazismo, en su primera fase bajo tutelaje de los aliados, mientras ella seguía viviendo en la casa Wahnfried, rodeada de sus devocionarios hitlerianos.
El conjunto es un recorrido que va de lo histórico a la leyenda, entre objetos originales y reconstrucciones, más escenografías célebres de su universo operístico, con especial protagonismo para la tetralogía del Anillo del Nibelungo y algún Tristán, la pieza que mañana estrenará en una nueva versión su biznieta Katharina.