La expresión “el mejor equipo del mundo” se lee varias veces hoy en prácticamente todas las crónicas de la prensa alemana. Se refiere al que “lo era” (hasta ayer, escriben) y al que está “en camino de serlo”. Los rotativos germánicos no hablan solo de fin de ciclo, sino de traspaso de poderes. Entienden que la trascendencia del duelo de anoche en Baviera no se limita a lo que puede suponer en términos históricos con respecto a este Barcelona glorioso, sino que señala también el que podría ser el punto de inicio de un nuevo reinado del Bayern. “El equipo de Heynckes rescata el honor del resto de clubes de la Bundesliga”, incluso interpretan. ¿Y eso? Porque al golear al Barcelona demostró que los rivales que cada semana salen vapuleados en la Bundesliga no son tan malos: simplemente ocurre que este Bayern es capaz de aplastar hasta al conjunto que durante todo este tiempo ha servido de referencia al fútbol mundial. Es este un día de conclusiones grandilocuentes.

Schweini liderando y Müller sorprendiendo: las decisiones de Van Gaal aún pesan

Este Bayern que hoy es de Heinckes y mañana será de Guardiola aún se sostiene en algunos pilares básicos levantados por Louis Van Gaal. Fue él quien rescató a Schweinsteiger de la banda y lo convirtió en centrocampista. Quien pensó que en su inteligencia táctica podía encontrar las virtudes necesarias para fabricar un capitán en el campo, un futbolista que luego se erigiría en el símbolo de la nueva Alemania de Löw. El reparto de roles de los dos pivotes de Van Gaal en la Champions 2010 confundía a los observadores: Van Bommel y Schweinsteiger se turnaban a la hora de salir a presionar, de guardar la posición, de romper y pisar área. No había un medio centro y un interior: los dos eran ambas cosas a la vez. Con Javi Martínez, Heynckes recupera este modelo y lo mejora, ya que el ex del Athletic es un futbolista probablemente superior al holandés. Pero la idea fundacional de este ciclo, la de Bastian con un acompañante y ambos siendo aquello que los ingleses llaman “all-round midfielders”, sigue siendo básica en la estructura.

Y luego está Thomas Müller. Una apuesta sorprendente de Van Gaal, que lo convirtió en un titular fijo en su primera temporada en Münich, ahorrándole cualquier cosa parecida a un proceso de adaptación al primer equipo. Para el técnico holandés, Müller era innegociable. La plantilla acumulaba un buen número de jugadores de ataque extraordinarios, pero los sacrificados siempre eran los demás. Nunca él. Y puede resultar sorprendente, porque este joven bávaro tan apreciado por la grada por su autenticidad (“es un tipo normal, su alegría cuando marca es sincera, su rabia cuando pierde es conmovedora”, dicen los hinchas sobre él) no entra por los ojos la primera vez que se le observa. No excita como las conducciones en carrera a alta velocidad de Robben, ni asombra como el desequilibrio formidable de Ribéry. Incluso gusta menos a los amantes del juego de toque que el muy asociativo Kroos. Pero Müller también tiene sus fans, y ellos adoran lo especial que es. Se mueve raro, es indescriptible, maneja ambos perfiles y aparece por lugares insospechados. Normalmente, los pases profundos más dañinos del Bayern son suyos. Los desmarques indetectables a posiciones de remate claro le han llevado a firmar cifras goleadoras dignas de delanteros mucho más letales en la finalización. Así es él: despreocupado, un niño al que han puesto a jugar con los mayores y sigue comportándose del mismo modo porque no se da cuenta de que son más grandes que él.

Heynckes, Guardiola

¿Le estamos restando mérito, pues, a Heynckes? En absoluto. Que Van Gaal provocara una revolución fundacional no significa que todo lo que viniera después fuera fácil. De hecho, con el holandés nadie se atrevió nunca a hablar del Bayern como “el mejor equipo del mundo”, algo que hoy estamos leyendo mucho y que, ojo, ya antes del partido aparecía en bastantes escritos. El producto actual de Henyckes, pese a basarse en la idea del de Van Gaal, ha superado al del ex técnico del Barcelona. El compromiso defensivo que ha conseguido de sus atacantes -para un entrenador tiene que ser emocionante comprobar cómo tres tipos tan díscolos como Ribéry, Gómez y Robben se sacrifican tanto en labores de presión y marca como lo hicieron ayer- es superior al de 2010. Aquel equipo de Van Gaal llegó a la final de Madrid, pero recibió muchos goles por el camino -tuvo que remontar ante la Fiorentina y ante el United-. Este Bayern ha dejado la portería a cero en 180 minutos contra la Juventus y en 90 contra el Barcelona. Obviamente, le ayudó que Messi estuviera lejos de la plenitud, pero viendo lo que fue globalmente el partido, uno piensa que incluso con el argentino en condiciones normales le habría costado marcar diferencias en un choque en el que su equipo estuvo tan lejos de sentirse cómodo. Y no precisamente por el buen hacer de sus centrales o de su portero: la clave fue, sobre todo, cómo defendieron los centrocampistas y los delanteros.

Entonces, ¿cómo podrá mejorar esto Guardiola? ¿A qué aspirará? De entrada, este Bayern aún no es campeón de Europa, pese a que a esta hora sea inevitable verlo como el gran favorito. Y luego hay que tener en cuenta que en Baviera se van a juntar la tradición ultracompetitiva del conjunto muniqués y la personalidad ganadora de Pep. Ambos desean el triunfo por encima de copas concretas, de años impolutos, de exhibiciones pasajeras. Ambos ansían hacer historia, marcar una época, dejar huella. Y es por eso que ni ganando el Bayern esta Champions con dos goleadas más se van a arrepentir del contrato firmado ni el club ni el entrenador. No les asustan los listones altos.