Un monumento en los jardines del castillo de Ansbach, en Baviera, recuerda aún el enigma que hace poco menos de 200 años puso de cabeza a buena parte de Europa: “Aquí fue asesinado un desconocido de forma desconocida”. Lleva la fecha del 14 de diciembre de 1833. No solo ese monumento evoca el misterio de aquel muchacho sucio y andrajoso que apareció un día de mayo de 1828 por las calles de Núremberg. Apenas si podía mencionar su nombre: Kaspar Hauser. Muchos lo consideraron un demente, alcohólico, farsante. Pero también se adivinaba su origen como hijo ilegitimo de algún noble, de algún rico, de un alto oficial del ejército. Sus contemporáneos lo convirtieron en atracción de feria, en asunto de chismes, en motivo de escarnio, en tema de estudio. Antes de que el enigma fuera resuelto, alguien acabó a cuchilladas con su vida en ese florido jardín. El misterio creció: nadie supo quién lo hirió de muerte ni por qué. Hoy día, en Ansbach, Kaspar Hauser es con su misterio una presencia permanente. Su nombre cuelga al frente de un hotel, en tiendas y restoranes, y figura en el catálogo del museo local. Un festival artístico lo recuerda cada dos años.
Misterios como el de Kaspar Hauser suelen ser recibidos como el pan entre los hambrientos en una sociedad obsesionada desde siempre con los mitos, los fenómenos, los misterios: enormes agujeros indescifrables, perfectos relieves descomunales en los sembradíos, textos escritos en lenguas desconocidas, vírgenes en las laderas de las montañas.
Hace unos años, un sujeto apareció en una playa inglesa mojado, desnutrido y confundido. Se expresaba solo mediante dibujos o tocando el piano. Tras un confinamiento psiquiátrico de varios meses, los especialistas llegaron a la conclusión de que el moderno Kaspar Hauser se estaba haciendo el loco. No faltó mucho para que los bávaros lo reclamaran como uno de los suyos. Mientras tanto, desfiló en medio de gran expectación por todas las formas de expresión sociales, identificado con el romántico sobrenombre de “el hombre del piano”.
Desde hace unas semanas, un mito nuevo ronda por las carreteras en Estados Unidos. No ha faltado quien asegura que es un fantasma. Ha sido bautizada de forma unánime en los medios y en las redes sociales como “la mujer de negro”. Una mujer madura, vestida de negro de pies a cabeza y tirando de una maleta con ruedas recorre a pie los caminos. Muchos se preguntan quién es, de dónde viene, por qué vagabundea sola día y noche. Algunos datos la asocian con las fuerzas armadas estadunidenses, la definen como una viuda y huérfana atrapada por la soledad.
Mientras llega a algún lugar en su incierto itinerario la gente la ovaciona a su paso, le toman fotografías, adivinan su ruta, caminan con ella. Comparten su destino de silencio y sus carencias afectivas. Su desarraigo. Este es en realidad el tema de fondo de los Kaspar Hauser que andan por ahí.
*Profesor-investigador de la UAM-Iztapalapa.