En unas horas los ojos del mundo futbolero tendrán un objetivo: el Allianz Arena de Munich. Final de la semifinal de la Champions entre el Bayern de Pep Guardiola y el Barcelona de su alumno y amigazo Luis Enrique.
Imposible apartar el morbo del campo de juego. Los teutones sufrieron un tremendo revolcón conceptual con la llegada del catalán y forjador de uno de los mejores equipos de la historia futbolera. Los catalanes también penaron con los modos del asturiano y mercurial Luis Enrique.
El primer asalto lo resolvió el canijo de Leonel Messi en los últimos 15 minutos del duelo celebrado en el Nou Camp. La criatura mimada del visionario Pep no tuvo compasión de su padre futbolero. Lo dinamitó en un suspiro.
Toca revancha este martes en tierra bávara y cervecera. Otra vez el maestro frente a su pupilo, otra vez el padre frente a su hijo. Dos duelos aparte sobre la verde alfombra muniquesa.
Es de suponer que será un toma y daca de alto voltaje: lastrado por sus bajas, Guardiola recurrirá una vez más a su instinto, ese que le ha convertido en el entrenador soñado por todos los clubes. Ya lo hizo en Barcelona, y no le salió porque a la terquedad asturiana se sumó el genio rosarino de ese chaparro indescifrable.
Lo de menos es quién gane ese particular Juego de Tronos. No se enfrentan dos conceptos de futbol. Es el mismo con variantes y visiones que priman la belleza de ese juego sobre el resultadismo. Quien no goce del espectáculo se perderá una irrepetible y armoniosa sinfonía futbolera.