Decíamos ayer que al Día de Cataluña, 11 de septiembre, le sigue la Jornada Mundial de la Migraña (12 de septiembre).
Para entendernos, la Diada independentista ha sido un éxito.
Negar esto es ver la realidad que es el principio –y el final- de la locura.
Es cierto que la mayoría silenciosa, la que no
acudió a la cadena -por ejemplo, el tejido económico catalán-no cuenta
en los telediarios y también es cierto que los medios españoles, por
ejemplo RTVE -se dejaron llevar por el vértigo del sensacionalismo, que
convierte en imagen general unas imágenes concretas. Verbigracia:
contemplando los telediarios uno pensaría que no hay catalán que no quiera la independencia para mañana.
Así las cosas, Mas ha metido a los catalanes en una encrucijada en la que deben convertirse en Kosovo o en Baviera.
El objetivo era Baviera, parte fundamental de Alemania pero con
personalidad jurídica propia y sin necesidad de salirse de la
Constitución germana.
Dicho
esto, la deriva independentista de Artur Mas, que tanto preocupa a
Jordi Pujol, ha convertido al presidente de la Generalitat en un
aprendiz de brujo, en un proceso que se les va de la mano y que puede
coloca a la izquierda radical catalana –ERC y grupos afines- en el gran
partido de Cataluña.
Y también puede ser Kosovo, un país independizado a la fuerza, a medias reconocido y por entero destrozado.
No sólo eso: Mas y los catalanes más razonables, consideran que Cataluña debe tener un sistema fiscal propio, parecido a los conciertos vasco o al navarro y algunas señas de identidad propia. Eso es lo que se ha discutido siempre en Barcelona y en Madrid. Rosa Díez no está por la labor porque es una jacobina centralista pero algunos sectores del PP, sí. Ahora bien, dada la deriva de la Generalitat ese pacto, que es el más lógico, ya no es posible: la Generalitat lo ha hecho imposible.
Por otra parte, el problema de la autodeterminación es que no busca el Estado de Derecho sino el tamaño del Estado. Y el segundo problema es que supone un callejón sin salida. Los nacionalistas hablan de derecho a decidir pero en ese referéndum, o en le independentista, se dice el que debe votar es el pueblo catalán. Un lío, por varias razones:
1.¿Quién decide? ¿Los catalanes o el conjunto de los españoles? Como español yo también quiero votar porque no quiero que me quiten a mi Cataluña. De otra forma, se puede acabar como el PNV, para quien en un referéndum de autodeterminación de Euskadi sólo deben decidir los vascos pero en un referéndum por la anexión de Navarra a Euskadi deben votar los vascos y los navarros. ¡Qué listos!
2.¿Por cuanto se decide? ¿Un 51% de independientes obliga a separarse de España a un 49%? Y si el 49% quiere mantenerse español, ¿Se verá obligado a marcharse de Caaluña y malvender su patrimonio y perder su trabajo? ¿O a vivir en un país extranjero como inmigrantes residentes? ¿Y qué pasa con los matrimonios ‘mixtos’?
3. Un ‘No’ plebiscitario a la secesión no dice nada porque los independentistas pedirían otro referéndum, pero un sí resultaría definitivo. ¿Es esto democrático?
Insisto: un callejón sin salida.
Al final, el problema consiste en que nos hemos olvidado de las ideas, incluso de las ideologías, para centrarnos en las identidades. Y la identidad se puede enraizar en una nación, en un equipo de fútbol o un estilo de música, igual da. Es el mundo de los míos y de los otros. O sea, que el posmodernismo no es más que irracionalidad. Si lo prefieren, el mundo de los nacionalismos y de las identidades, no es más que pensamiento débil.
Y la idea de fondo, claro está, el porqué Cataluña se enfrenta al resto de España no es otro que la paganización de España y de Cataluña. La esencia de España no es otra que el cristianismo. Pero una Cataluña pagana y una España igualmente pagana, no encuentran un motivo de unidad. Algunos han cambiado a Cristo por la estelada. Y así, no hay unidad ni solidaridad posibles entre Madrid y Barcelona
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com