Ganó por fin la Unión en Escocia, David Cameron (de ascendencia regia), se muestra feliz y los Windsor con la reina Isabel a la cabeza habrán respirado con beatitud al sentir conservado ese Reino Unido por el que sus antepasados Estuardo, Hannover y Sajonia-Coburgo-Gotha han luchado con denuedo desde la unión de las coronas de Inglaterra y Escocia en los albores del siglo XVII. Alivio pues para una reina de madre escocesa de pura cepa (la difunta reina madre fue hija de esos grandes señores de los páramos que fueron los condes de Strathmore), cuya vida ha estado muy estrechamente vinculada a su castillo escocés de Balmoral que durante siglo y medio ha sido lugar de solaz, de plácidos encuentros familiares, y de innumerables partidas de caza para la conservadora familia real británica.
Pero alivio también porque con ello se relegan al olvido viejos y atávicos fantasmas de esta dinastía de marcado origen alemán, que desde la expulsión de los Estuardo en la persona de Jacobo II ha intentado anglicanizarse con enormes esfuerzos para no recordar sus pecados del pasado y su origen esencialmente germano. Isabel II continúa por tanto siendo Isabel I en Escocia, y con ello se disipan las voces que en los últimos meses apostaron por otros posibles candidatos a la corona de una Escocia independiente pero de cuestionable filiación monárquica.
Cuando en 1688 las hijas de Jacobo II, las reinas consecutivas María I y Ana I, traicionaron a su padre que marchó a un triste exilio en Francia, fueron muchos los escoceses que se mantuvieron fieles a su propia dinastía autóctona, los Estuardo, que en la lejanía conservaron sus derechos virtuales a las coronas de Escocia y de Inglaterra. Desde entonces los “Jacobitas”, como fueron conocidos estos defensores de los que vinieron en llamarse “reyes al otro lado del mar”, mantuvieron su romántico apego a esta casa de Estuardo cuyos derechos de ficción a esas coronas fueron pasando por sangre y por alianzas dinásticas a distintas casas reales de Europa.
Un apego de una parte de Escocia a los Estuardo, que en los últimos tiempos de incertidumbre en torno a la independencia sacó a la palestra a numerosas familias que por sangre podrían eventualmente tener derechos a esa corona como descendientes de ellos. Porque más allá de los herederos legítimos de los Estuardo, también están los descendientes de sus numerosos bastardos entre los que se cuentan tanto los españoles duques de Alba como los franceses duques de Fitz-James, los escoceses duques de Buccleuch, o los británicos duques de Saint Albans. Sin embargo, ninguna de estas prolíficas familias ha sacado tanto partido a su vinculación con los Estuardo como los duques de Alba, pues el mismo padre de doña Cayetana siempre valoró enormemente esa ascendencia británico-escocesa añadiendo la partícula Estuardo (“Stuart”) a su apellido Fitz-James que desde entonces devino Fitz-James-Stuart.
No es extraño, por tanto, que la singular doña Cayetana haya sido la más mencionada en prensa como posible eventual reina de Escocia, tanto por esa falsa leyenda tan extendida de ser más noble que la propia reina de Inglaterra como por representar a la línea mayor de los Fitz-James descendientes ilegítimos de rey Jacobo II. Pero eso no deja de ser historia ficción, pues si alguien ostenta los derechos de los viejos Estuardo a día de hoy es su descendiente legítimo más directo que es el duque Franz de Baviera. Una legitimidad que le llega por su bisabuela la reina Teresa de Baviera, que fue hermana de la reina María Cristina de España, y de la que los reyes de Gran Bretaña han tenido siempre plena conciencia.
Tanto es así que durante sus visitas oficiales a Alemania, la reina Isabel y el príncipe de Gales no se han ahorrado las visitas al palacio bávaro de Nymphenburg y los gestos corteses con este duque católico que para los Jacobitas escoceses es el rey Francisco II. Pero es aún más curioso que, dada la homosexualidad del duque Franz, a su fallecimiento, los derechos de los Estuardo a las coronas de Inglaterra y de Escocia recaerán en su hermano, el duque Max en Baviera, y tras éste en la mayor de sus cuatro hijas, la duquesa Sofía, que está casada con el actual príncipe heredero y parcialmente soberano Aloys de Liechtenstein.
Paradojas de la historia y calabazas pues para doña Cayetana y los suyos, que sin lugar a dudas habrán brindado en el palacio de Liria por el bienestar de su amiga y lejana pariente la reina Isabel.