Alemania acogío migrantes ¿ahora qué sigue?


BERLÍN – ( The New York Times)  A medida que decenas de miles de buscadores de asilo entran ahora en tropel a Alemania, su destino deseado, serán recibidos con tazones de sopa caliente y bollos de pan, baños funcionales y una eficiente burocracia para mudarlos a vivienda temporal y, si es posible, el estatus legal de inmigración.

La llegada en agosto de más de 104,400 personas en busca de asilo ha generado presión sobre los recursos y desafiado a las autoridades de Baviera a Berlín. Sin embargo, ese tipo de problemas logísticos son manejables para los alemanes, quienes se enorgullecen del orden del país y su adherencia a las normas establecidas.

Sin embargo, la integración a largo plazo de un grupo de personas cuyos números se prevé alcancen 1 por ciento de la población general, quienes en su mayoría practican una religión diferente y con frecuencia abrigan opiniones sobre el mundo por entero diferentes, es otra cuestión totalmente.

 

 

Si bien la perspectiva de aceptar lo que se prevé sean 800,000 nuevos residentes este año le ofrece a Alemania una oportunidad de rejuvenecer su demografía ya entrada en años y garantizar su prosperidad económica, desafía también un consenso cultural prevaleciente de lo que significa ser alemán.

“Los refugiados son sinónimo de cambio formidable”, dijo hace poco Thomas de Maiziere, el ministro del Interior de Alemania, en una entrevista con el semanario alemán Die Zeit. “Debemos acostumbrarnos al pensamiento de que nuestro país está cambiando”.

Ese cambio está en el umbral. Cuando miles de migrantes fueron autorizados a salir de Hungría ya tarde este viernes y fueron subidos a autobuses para ir a la frontera austriaca, muchos agitaban afiches de la Canciller Ángela Merkel. En sus días casi confinados en la inhóspita capital húngara, algunos de los exhaustos y desesperados viajeros estallaron en cánticos de “Alemania, Alemania” y “Merkel, Merkel”, exigiendo que les permitieran seguir con su travesía a Occidente.

Los alemanes han enfrentado olas anteriores – y una marea constante – de estos recién llegados con una profusión de generosidad y apoyo. Miles de voluntarios se han presentado en campos para alimentar a los migrantes. Otros han entregado agua y fruta a refugiados para aligerar sus largas y calurosas esperas mientras registran su llegada. Además, algunos alemanes incluso se han arriesgado a terminar arrestados por evadir la burocracia de inmigración y darle refugio a algunos de los más vulnerables en sus iglesias.

La policía de Múnich que supervisó la llegada este lunes de trenes provenientes de Budapest, repletos con aproximadamente 1,300 inmigrantes, estaba tan abrumada por las donaciones públicas que tuvo que cortar el flujo para la siguiente tarde. A medida que la ciudad se preparaba para última ola este sábado, esos voluntarios fueron incorporados a los planes de respuesta oficial de las autoridades.

Sin embargo, algunos temen que no dure la profusión de generosidad. El ministerio Social prevé que el gobierno alemán invierta de 1,800 a 3,300 millones de euros, entre alrededor de 2,000 y 3,700 millones de dólares, en 2016 para cubrir las necesidades básicas de los refugiados, lecciones de idiomas y capacitación laboral. A medida que dichos costes crecen, lo mismo pudiera pasar con el resentimiento.

Alemania ya ha experimentado una formidable repercusión contra los migrantes… la peor en Europa. Si bien el país no tiene un influyente partido de extrema derecha, como el Frente Nacional de Francia o el Partido de la Libertad de Austria, grupos neonazis o de la derecha más pequeños han capitalizado el tema, organizando manifestaciones afuera de hogares de buscadores de asilo. En los primeros seis meses de este año, hubo más de 200 ataques incendiarios y de otro tipo en contra de instalaciones para migrantes, así como en contra de los mismos inmigrantes.

“Esta inmigración masiva es vista cada vez más en las crecientes preocupaciones de los alemanes”, dijo Ronny Zasowk del Partido Nacional Democrático de extrema derecha, conocido por sus iniciales en alemán, NPD. Advirtió que las estructuras sociales serían abrumadas  y dijo que muchos de los seguidores del partido temían que una política de puertas abiertas pudiera volver más vulnerable a Alemania tanto al extremismo islámico como al terrorismo.

El Presidente Joachim Gauck, recordando leyes raciales que aislaron al pueblo germánico, o ario, como superior a otras etnias, conduciendo al Holocausto y las atrocidades de la II Guerra Mundial, exhortó hace poco a los alemanes a que acojan la diversidad que ha crecido a su alrededor dese entonces.

Hasta que “incluso más personas puedan deshacerse de la imagen de una nación que es muy homogénea y en la cual casi toda la gente habla alemán como lengua materna, es de piel clara y cristiana en su mayoría”, dijo, su percepción de la sociedad alemana no reflejará la realidad de quien aquí vive.

“En realidad, la vida como aquí la vivimos ya es mucho más diversa”, destacó Gauck. “En nuestra mente lo sabemos, pero el espíritu a veces queda a la zaga. Como nación, debemos redefinirnos, como un colectivo de personas diferentes, pero que aceptan en su totalidad valores en común”.

Muchos, incluida Merkel, han comparado el desafío ante Alemania con las históricas decisiones tras la ruptura del Muro de Berlín en noviembre de 1989, cuando los dirigentes de Alemania Occidental promulgaron rápidamente medidas enfocadas a garantizar la fusión pacífica de lo que por décadas había sido dos estados aparte.

Incluso al tiempo que el país se prepara para marcar un cuarto de siglo de reunificación alemana este otoño, una ola de violentas protestas contra inmigrantes en el estado oriental de Sajonia ha conducido a acusaciones en el sentido que aún existen las diferencias entre ambas regiones, revelando el grado justo de dificultad que puede tener que incluso dos pueblos con lengua y herencia compartidas se sientan como uno solo.

Los expertos también destacan el experimento mucho menos exitoso de Alemania Occidental con la integración en los años 60, cuando ese país invitó a hombres, en su mayoría de Turquía, para ocupar los puestos industriales en sus fábricas posteriores a la II Guerra Mundial. Sin embargo, eran vistos como “invitados” que regresarían a casa con el tiempo, no como ciudadanos en el futuro.

“Durante largo tiempo, cometimos el error de considerar que los trabajadores migrantes eran “trabajadores invitados'”, dijo Merkel hace poco ante reporteros, “idea que hemos desechado en fechas recientes, ante la realidad de que ellos son nuestros conciudadanos, sin consideración a su ascendencia”.

Los descendientes de esos “trabajadores invitados” que permanecieron en el país ahora integran la población de casi 4 millones de musulmanes entre los casi 82 millones de habitantes de Alemania. Sin embargo, el fracaso para resolver las primeras necesidades de los trabajadores, y después las de sus familias, aún reverbera. Fue apenas este año que el Parlamento de Alemania aprobó legislación que permitiría a hijos de inmigrantes criados o educados en el país que adopten la ciudadanía alemana, al tiempo que conservan la propia.

“Si hubiéramos trabajado para integrarlos desde el principio, habría muchos menos problemas actualmente”, dijo Claudia Walther, prominente gerente de proyecto por la Fundación Bertelsmann de Alemania, quien ha trabajado en integración.

Líderes alemanes ven esa experiencia como un momento del cual los legisladores pueden extraer valiosas lecciones de cara a una reunión cumbre de política el 24 de septiembre, enfocadas a adoptar cambios legales y, posiblemente, constitucionales para ayudarle al país a adaptarse al flujo más reciente.

Sin embargo, la experiencia turca al parecer está muy presente en la mente de de Maiziere, quien la sacó a relucir durante la entrevista con Die Zeit y, quizá, ofreció el discernimiento más claro sobre las inquietudes de dirigentes alemanes, a medida que se preparan para aceptar a los miles de personas que se dirigen hacia ellos.

“Ahora tendremos cientos de miles de musulmanes con mayor formación de antecedentes arábigos”, declaró al semanario. “Con base en todo lo que me dice mi colega francés, eso es una gran diferencia, en lo que a integración respecta”.

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